Este artículo me lo ha enviado Jorge, un amigo con quien vivimos en su momento aventuras conjuntas de adopción, y seguimos compartiendo la experiencia después de más de 9 años, y la verdad es que aparte de hacerme mucha ilusión recibirlo, el contenido es muy interesante.
Nos habla del racismo que viven nuestros hijos adoptados a medida que van creciendo; se ve que según e estudio, más de un 70% sufren discriminación o xenofobia en el colegio y que a los ocho años muchos ya han oído que sus padres no son "los de verdad"; yo puedo constatar que en mi vida como padre adoptivo de 3 hijos, ésto es así.
En el artículo, nos comenta que existe un gap entre la educación de nuestros hijos y su país de origen, que por ejemplo no tiene un hijo de inmigrantes que respira esta cultura en su casa, y por tanto llega a sentirse no sólo diferente fuera de casa sino también dentro, pues sus padres no somos como él, desde un punto de vista fenotípico.
En el artículo hace una extensión que yo personalmente discrepo y es que esta diferencia que siente un hijo adoptado es también porque no conoce su cultura de origen, y nos animan a que los padres adoptivos tengamos amigos del país de origen de nuestros hijos.
Personalmente creo que nuestros hijos, si los hemos adoptado pequeños, una vez adoptados son de aquí, y su país de origen pasa a ser un aspecto anecdótico de su vida, que es importante tener en cuenta como señal de respeto y de agradecimiento, pero no desde un punto tan identitario como en este artículo nos comentan; puede ser que en este artículo se esté tratando de niños adoptados con más edad, en cuyo caso estaría de acuerdo.
Hay un aspecto que creo de sumo interés y es el hecho de que muchos hijos adoptados que son discriminados dejan de hablar de este hecho con sus padres, y ésto es un tema preocupante, que además nos obliga a los padres a estar atentos y darles el máximo apoyo sin ser pesados pero dando a entender a nuestros hijos que siempre seremos un buen espacio donde reflexionar y ayudar a comprender su situación.
Es un artículo muy interesante que aunque podemos estar más o menos de acuerdo en las declaraciones particulares, las cifras están allí y hay que saber integrarlas en nuestras vidas.
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¿Cómo vas a ser del
Atleti si eres negro?
La mayoría de niños adoptados en el extranjero choca contra el racismo
España no tiene programas para unirlos a sus orígenes
Unos
50.000 niños españoles han sido adoptados en el extranjero desde los 90. / M.
Prince (CORBIS)
“Te
abandonaron porque eres tonto y no te querían”, “¿Cómo vas a ser del Atleti si
eres negro?”, “¿De dónde eres?” o un ingenuo “¡Qué mono!”. En mayor o menor intensidad, los niños adoptados en el
extranjero por familias españolas reciben a diario comentarios que les
recuerdan que son diferentes. Hasta un 70% de ellos sufren discriminación y
xenofobia en el colegio, según un estudio de la asociación Ume Alaia, que agrupa a familias adoptantes de Vizcaya. A los ocho años, muchos ya han oído a algún compañero decir
que su padre y su madre no son “de verdad”, según la misma
investigación.
La
interacción entre niños y niñas de distintos orígenes es un fenómeno
relativamente joven en España, un país eminentemente blanco en comparación con
otros Estados occidentales (entre un 5% y un 10% del alumnado es de origen
extranjero —según datos de la Unión Europea—, mientras en Francia, Reino Unido
u Holanda lo es entre un 10% y un 20%). La adopción
internacional se reguló en 1993 y empezó a hacerse efectiva a finales de esa
década. Desde entonces han llegado casi 50.000
niños, sobre todo de China, Rusia, Colombia y Etiopía, según el Ministerio de
Sanidad, que están entrando ahora en la vida adulta.
María
Cardona (nombre ficticio), de 18 años, sabe muy bien lo que es ser “la rara”
del colegio. “Fui la primera niña adoptada en el extranjero y además era china.
Dicen mis padres que todo el mundo en Ibiza quería conocerme”, relata Cardona,
adoptada a los cuatro años por una pareja de la isla en 1998. “Que sepa”, no
tiene hermanos. “Cuando iba con mis padres, la gente me preguntaba: ‘¿Quiénes
son?’. Yo contestaba: ‘Los papás’. Y me decían: ‘Tus
padres te han abandonado”.
Laura,
de 32 años y asistenta personal del presidente de una empresa, constata que
esta sensación es real en el día a día. “Solo por salir
a la calle pierdes el anonimato de ser adoptado. Todo el mundo sabe que esos
señores con los que vas no son tus padres biológicos, y llamas la atención. A
los ocho años te da igual, porque juegas y no pasa nada; a los 11, te sientes
raro, pero a los 14 ya no quieres ir al cine”, explica. Sus padres,
croata y austriaca, la adoptaron cuando era un bebé en Bogotá (Colombia) y
tiene dos hermanos más jóvenes, también colombianos. Los expertos definen ese
“ya no tienes ganas de ir al cine” como el reconocimiento de unas diferencias
insalvables con el resto de los niños.
Cómic
didáctico contra la discriminación contra los adoptados. / Ume Alaia y Adoptia :
El paso
a la vida adulta que se empieza a afrontar durante la adolescencia es
especialmente complicado para los jóvenes adoptados. Un estudio publicado por
la Agencia de la Adopción y la
Acogida de Reino Unido (BAAF, por sus siglas en inglés) sobre los
efectos de la adopción a largo plazo demuestra que el
racismo que experimentan durante la infancia perdura durante la vida adulta.
Además, no todas las entrevistadas para el informe (72 mujeres de Hong Kong
adoptadas por familias británicas en los años 60) tienen la misma percepción de
su identidad: la mitad se consideran asiáticas; un 19%, británicas, y un 15% se
definen como británico-asiáticas. Un estudio similar realizado en Suecia por
varias universidades explica que el racismo es
diferente en función del origen: la mayoría de los africanos lo sufre, frente
al 32% de los asiáticos y el 11% de los latinoamericanos.
Es
durante los primeros años de secundaria, es decir, entre los 10 y los 12 años,
cuando estos jóvenes comienzan a interrogarse sobre su origen y la intriga por
llenar esa zona gris va en aumento hasta la mayoría de edad. Laura,
que lleva tres años intentando conocer a su madre biológica, describe la situación
como “un vaivén de emociones horrible”. Su familia se mudó de Austria a Madrid
cuando ella tenía 10 años. Cree que los padres adoptivos deben decir la verdad
a sus hijos y no intentar suavizar la dificultad: “Tienen que explicarle que le
miran porque es negro, no decirle que lo hacen porque es más guapo que el resto
(…) No dudo que tengan buena intención, pero lo más
importante es que no nieguen a su hijo que es diferente”. Opina que lo
mejor que pueden hacer los padres es reforzar la autoestima de los pequeños
teniendo ellos mismos amigos chinos, negros o latinos. “Esas personas a las que
los padres quieren pese a ser diferentes se convierten en referentes. No hay
nada que al hijo adoptado le haga sentir más orgulloso que ver que sus padres
tienen amigos como él”, dice.
El
psicólogo Óscar Pérez-Muga, autor del libro sobre el trastorno de apego ¿Todo
niño viene con un pan bajo el brazo? junto a José Luis Gonzalo, distingue
entre los chicos que tienen información sobre sus orígenes y los que deben convivir
con una laguna absoluta sobre esa etapa de sus vidas. Entre los dos extremos se
encuentran los que experimentan la llamada “reparación parcial”, es decir, que
pese a saber que han sido abandonados, tienen conciencia de que ha habido
cierta protección y calor. Un cuarto grupo lo constituyen aquellos que han
empezado a indagar sobre su pasado, pero que reciben informaciones
contradictorias que los sumen en la confusión.
A los 10 años estos jóvenes comienzan a
interrogarse sobre su procedencia
Laura
ha tenido que frenar la búsqueda para no caer en ese desconcierto. La
asociación La Voz de los Adoptados
lamenta que en España no haya programas públicos de mediadores especializados
en acercar a los adoptados a sus países y culturas de origen, expertos en
psicología pero también con idiomas y capacidad para conciliar entre las
partes. Pérez-Muga afirma, además, que mediante las
redes sociales es muy fácil empezar a indagar, pero es muy peligroso hacerlo a
tientas, sin la mediación de un especialista. “Yo tenía el nombre y el
DNI de mi madre, pero tuve que comprobar sin la ayuda de nadie que seguía viva
y que sigue en Colombia. Ahora, mi sueño es ir en Semana Santa a conocerla y mi
gran miedo es que desaparezca antes”, explica. También sabe que tiene hermanos
biológicos, pero aún tiene dudas sobre si tienen algún interés en conocerla.
“Mi contacto me da cada vez más largas. Me contesta cada tres o cuatro meses.
No sé dónde ir ni a quién acudir”, lamenta.
Cardona
conserva tres amigas del orfanato en el que vivió en China, del que asegura no
recordar nada. Llegaron todas juntas a España en 1998. Viven en diferentes
ciudades, pero han mantenido el contacto durante todos estos años. En Ibiza no
tiene referentes adultos. “Aparte de mi profesora de chino, no conozco a nadie
de ese país, solo a los que trabajan en las tiendas de Todo a 100, y de vista”,
cuenta. Y no sabe si quiere volver a visitar su país: “Creo que fui abandonada.
No sé nada más. Algunas de mis amigas recuerdan algo y otras no. Los orfanatos
tampoco saben gran cosa [sobre sus familias de origen]. Como hemos olvidado nuestras vivencias, todas sospechamos que hemos
sufrido abusos y cosas así. De mis amigas, la única que recuerda, la
mayor, odia directamente todo lo que tiene relación con China. Odia hasta su
raza, por decirlo así”. Otros, explica Laura, “mitificamos nuestra cultura”. Y
por eso necesitan volver a ella para conocerla.
Ricard
Domingo, padre de una niña de Etiopía y presidente de AFNE, una
asociación de familias adoptantes en ese país, defiende que el “viaje de retorno” es muy positivo. Tras conocer la
experiencia de una veintena de familias, reconoce que es
“duro y difícil”, pero asegura que si se hace
antes de la adolescencia se facilitan mucho los problemas identitarios.
“Si no se pueden permitir el viaje, recomendamos a las familias que recaben
toda la información posible sobre la procedencia de sus hijos”, aconseja.
Ayuda que la familia tenga amigos del mismo origen que sus hijos
Sea
a través del idioma, de la comida, de la música..., crear un vínculo con ese
origen es, para los expertos, fundamental para, poco a poco, hacerles capaces
de volver a mirarlo de cara y aceptarse a sí mismos: es decir, para construir
su identidad. A esa edad, todo elemento diferenciador provoca una crisis. De ahí
que todos quieran, por ejemplo, vestirse igual. “Les provoca una gran
inseguridad que les pregunten de dónde son si no saben responder o saben poco
sobre ese país”, dice Domingo.
“No lo hacen con maldad, sino que los niños recurren a la
discriminación como parte del proceso de construcción de su identidad, mediante
la comparación con el grupo”, explica Cristina Negre, doctora en
psicoterapia familiar especialista en adopción de la Universidad de Barcelona.
La
diferencia principal del racismo que sufren los niños adoptados con la
discriminación experimentada por los hijos de inmigrantes es que los segundos
tienen en casa un referente cultural y un ámbito de protección que los segundos
sienten no tener. “Los inmigrantes creen que su familia
les entiende, que sufre la misma discriminación porque es como ellos, pero en
el caso de las familias adoptantes pueden tender a tapar el problema de la
discriminación como parte del proceso de adaptación”, explica el
psicólogo Alberto Rodríguez, uno de los autores del estudio de Ume Alaia. “Los
adoptados tenemos que aceptar que preguntas habrá toda la vida. Si no las hay,
notas cuchicheos. Los padres biológicos te pueden dar herramientas, pero los
blancos no han sentido nunca esa discriminación”, describe Laura.
“Al
principio lo cuentas, pero luego no quieres molestar y te callas muchas cosas”,
apunta. La misma idea transmite Javier Álvarez-Osorio, padre de dos niños
africanos y presidente de la Asociación de Familias Adoptantes de Castilla y
León: “Lo del ‘negro de mierda’ es pan nuestro de cada
día. Dejan de contarlo, pero si te sientas a hablar con ellos y empiezas a
escarbar, ves que es más frecuente de lo que piensas”.
Aunque
no hay muchos estudios sobre el racismo contra niños adoptados, un informe
publicado por la Universidad de Barcelona en 2010 demuestra que el 75,4% de los padres adoptivos niega que sus hijos
fantaseen sobre su familia biológica, mientras los expertos explican que la
necesidad de conocer sus orígenes es común a todos ellos. El dato
demuestra que la mayoría de los hijos adoptivos tienen
la sensación de que sus padres no pueden entender su malestar.
Montse
Lapastora, psicóloga clínica especialista en adopción, insiste en la diferencia
entre el rechazo que siente un niño con gafas o gordito y el que perciben los
adoptados. Los segundos ven cuestionado algo más profundo de su personalidad,
que afecta a sus rasgos más básicos. “Tuve una paciente asiática que quería
arrancarse los ojos, otra india muy oscura que quería extenderse la piel blanca
de la palma de la mano al resto del cuerpo. Otros, negros, que me decían que se
frotaban para ver si se les iba el color”, testifica. La
experiencia cotidiana de la discriminación les hace crecer con la consciencia
de que “quien no es blanco, es negro”, que forman parte de “los de fuera”.
“El extranjero, el gitano, el negro, el raro… todos eran mis
amigos. Cuando mis compañeras de clase iban a Kapital [una discoteca de Madrid
muy popular entre los adolescentes] yo iba a bares funk. Mi hermano tuvo una
época en la que todos sus amigos eran latinos”, relata Laura. María Cardona
recuerda que uno de sus mejores amigos cuando llegó al instituto era un chico
ecuatoriano.
Al
duelo del abandono, se suma el de la diferencia. “A los seis o siete años, los
niños empiezan a ser conscientes de que son distintos. Desde pequeños tienen
que hacer el procedimiento para asimilar la diferencia (…) pero cuando crecen,
normalmente en la adolescencia, y buscan relacionarse con personas que se les
parecen físicamente se dan cuenta de que son blancos
con cuerpo de negro”, aclara Cristina Negre, para explicar que, al haber
sido educados en familias españolas, muchos niños no tienen elementos para entender
su cultura de origen.
“Amigos
míos me han llegado a decir ‘qué suerte tienes de no parecer colombiana’. Un comentario así desata en nosotros muchos pensamientos:
¿por qué?, ¿es malo parecer colombiano?, ¿y serlo?, ¿los que lo parecen, son
malos?, ¿qué pasaría si lo pareciera?”, se pregunta Laura.