Adopcion. La Espera. Postadopcion. Tienes la piel muy fina
Adopción.
Reconozco que muchas veces no es fácil explicar lo que uno conoce y vive en su propia piel a otras personas ajenas a ello, que no lo han vivido, sin parecer algunas veces a sus ojos, un poco fundamentalista o exagerado.
Tantas veces tienes que corregir comentarios claramente discriminatorios que sin ningún tipo de malicia van dirigidos a tus hijos, o destruir tópicos con argumentos unas veces de libro y otras de la experiencia, que uno acaba pareciendo un defensor sin causa, que se inventa las causas para poder seguir adelante.
Pero creo firmemente que no es así, que la adopción a parte de ser apasionante, es una manera diferente de ser padres, y es diferente porque la mayoría de las filiaciones son biológicas, y el hecho de haber optado por la paternidad adoptiva nos obliga en muchos casos a sobreexplicar y sobreargumentar aspectos de nuestra vida que siendo totalmente normales, no se entienden desde la perspectiva de la mayoría que nos rodea.
En este artículo pretendo explicar, como padre adoptivo, esta sensación y sus motivos.
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En mi país quiere decir ser demasiado susceptible.
Me lo dijeron el otro día en una de mis conversaciones maratonianas por defender mis puntos de vista, siempre apoyando todo aquello que va en contra de los prejuicios, o lo que es lo mismo, de los juicios sin fundamento, a los que por desgracia somos víctimas las familias adoptivas, pero sobretodo, nuestros hijos.
Y me pregunto yo, ¿será de verdad que tenemos los padres adoptivos la piel muy fina?
No hay duda que la adopción es un tema de minorías, y como tal, requiere formar parte de él o conocerlo muy de cerca para opinar con criterio.
Los padres y madres adoptivos somos un colectivo que compartimos muchas vivencias y realidades que nos hace diferentes a los padres biológicos.
Este hecho nos une y nos hace cómplices; cómplices de aquello que sabemos que es lo más importante que ha pasado en nuestras vidas, la adopción de nuestros hijos, desde el momento en que pensamos por primera vez que podríamos adoptar un hijo , hasta que pudimos estrecharlo fuertemente en nuestros brazos.
Y es que a diferencia de otras paternidades, la nuestra es un recorrido duro, intenso, lleno de pasión y emociones, trámites administrativos y dudas, muchas dudas, reflexiones en pareja y en soledad, donde se aprende a ver el mundo desde la perspectiva del niño, y también a romper con una gran variedad de tópicos y prejuicios que como garrapatas enganchadas en nuestra sociedad, chupan cualquier ápice de sentido común, tolerancia y empatía que en ella surgen.
Pero tampoco me soprende que haya personas que condicionen sus decisiones a ideas preestablecidas por patrones de conducta perfectamente definidos, pues todo lo que no está predefinido es porque debe crearse, y crear significa romper, mover, cambiar, y toda una retahíla de acciones que conllevan esfuerzo, por una parte, e incertidumbre por otra, dos aspectos que encajan a veces poco con la sociedad que llamamos del "bienestar", y con la condición humana en general.
Los padres adoptivos sólo tenemos un deseo, el de tener un hijo, pero para tenerlo, debemos hacerlo de una forma que visto desde fuera podría considerarse "rara", es decir que diferente a la que la sociedad nos tiene acostumbrados. Se trata de romper con lo tradicional, unas veces por experimentar una nueva forma de maternidad u otras porque sencillamente no hay otra alternativa, pero siempre se trata de "romper" estereotipos e ideas preconcebidas que siempre han funcionado para poder tener algo tan deseable y humano como es un hijo.
Y es esta diferencia a lo normal es lo que nos hace simplemente diferentes.
Y somos diferentes porque somos pocos nada más, y el ser pocos nos convierte en una minoría; una minoría dentro de un mundo que por gracia o por desgracia funciona por mayorías.
Y es por tanto que como tal debemos aceptar que nuestra diferencia no pasa desapercibida por la sociedad en la que vivimos.
¿Cuantas veces nos ha parado un desconocido por la calle a preguntarnos con toda confianza aspectos de la vida de nuestros hijos que ellos sólo comentarían con sus más allegados, o a opinar sobre algún aspecto de nuestra adopción como si a nosotros nos tuviera que interesar?, o ¿cuántas veces hemos tenido que responder a preguntas que no nos apetecía, sólo por ser padres adoptivos?
¿Por qué el hecho de adoptar nos hace vulnerables a satisfacer las curiosidades de los que nos rodean, aunque sean totalmente ajenos a nosotros?
Somos una minoría, y para hacernos un hueco hemos tenido que hacernos especialistas, en este caso, de la adopción.
Y como todo especialista que aprende un oficio, nosotros hemos tenido que aprender el nuestro, el de ser padres adoptivos, que comporta el haber roto barreras por haber tenido hijos de forma diferente a la mayoría de padres, y el aprender a darles todo aquello que necesitan para hacerse también un hueco en su minoría.
La mayoría de padres adoptivos, no hemos sido hijos adoptivos, y por tanto no tenemos una experiencia previa donde podamos comparar situaciones o aplicar patrones basados en recuerdos previos. Es por ello que en muchos casos los padres adoptivos hayamos tenido que hacer un recorrido diferente al del resto de padres para comprender y ayudar a nuestros hijos a ser lo que queremos que lleguen a ser, personas felices y seguras de si mismas, que sepan abrirse camino en una sociedad que se mueve por estereotipos e ideas preconcebidas.
Y al igual que un capitán de barco ordena a sus marineros con palabras propias de su oficio, nosotros utilizamos nuestra propia jerga para hablar de los padres y de los hijos, de los que vienen de nuestras barrigas o de los que vienen de otras, de los países donde han nacido o del país de donde son, y profundizamos en aspectos que ningún otro padre se plantea como las razas, la genética o el vínculo.
Y nos enojamos, claro está, cuando alguien no nos entiende, porque aunque esté cargado de buena fe, nos ha dicho algo, ha opinado alguna cosa o ha actuado condicionado por los prejuicios, porque a nosotros, por nuestra calidad de minoría, los prejuicios nos hacen daño.
Y estas cosas nos duelen, sobretodo porque sabemos que duelen a nuestros hijos, que en definitiva, es lo que más queremos.
¿Qué tenemos la piel muy fina?, creo que no más que cualquier otra minoría.
nagap@mixmail.com, Administrador de http://www.hoyelmejordia.com/ y padre adoptivo
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