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viernes, febrero 09, 2007

Adopcion. Postadopcion. Adolescencia. La autoridad cuestionada


Adopcion. Postadopcion. Adolescencia


Este artículo lo extraímos de el periodiconn nº 36 de Agosto de 2006 (adoptantis@telefonica.net) y nos habla de la importanca que tienen los límites en la educación de nuestros hijos.

Nos comenta que actualmente vivimos en una sociedad donde la familia no es un ente aislado, y que recibe muchos imputs de su entorno que en muchos casos cuestionan la autoridad y opiniónn de los padres (medios de comunicacion, amigos, ...), lo que hace que a veces sea complicado mantener la autoridad con los hijos.

Los hijos , por naturaleza, buscan el desafío y cuestionan todo lo que hacemos; forma parte de su madurez y hasta es saludable, y los padres debemos saber adecuarnos a sus necesidades y adoptar medidas de autoridad diferentes a medida que crecen. Debemos aprovechar estos momentos de desafío y desacuerdo para trabajar y fortalecer nuestro vínculo y autoridad con los hijos.

Nos dice que la familia, aunque tenga diálogo, es un sistema jerárquico donde las reglas las ponen los padres y no los hijos.

Nos da consejos como no abusar de las explicaciones y sencillamente debemos intentar transmitir nuestras decisiones, de forma clara y fácil de comprender.

Y nos anima a no desistir aunque en algunos casos hayamos sido débiles. Se trata en muchos casos de niños hiperestimulados con padres cansados y con ganas de descansar que a veces preferimos darles un caprichito que enfrentarnos a un recordatorio de normals y reglas. Todos tenemos derecho a algun momento de desresponsabilidad no?

Es un artículo útil y que merece una reflexión por nuestra parte, ya que si nuestros hijos no encuentran los límites en casa, tendrán que aprenderlos fuera, y como dicen los autores, de forma mucho más violentas.

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La autoridad cuestionada

Vivimos una época en que los hijos desafían, con más éxito que nunca, a padres inseguros o temerosos.

María tiene 15 años. Para estar a tono con sus amigas quiso hacerse un piercing. El pendiente en el ombligo fue tema de discusión en casa una y otra vez. Y la decisión de sus padres, terminante: ¡No!

Indignada, María juntó valor y a escondidas de los progenitores se hizo colocar su deseado pendente plateado. Sus padres se enteraron por casualidad, y tarde, con el hecho consumado.

Facundo tiene 4 años y cada vez que pasa por una tienda quiere una golosina distinta. Se planta en la acera y la exige a gritos. Su mamá, que le sigue el paso cargada con las bolsas de la compra, intenta adelantar un "no", pero Facundo insiste. La mamá explica, elabora los motivos de su negativa, pero no logra disuadirlo. Desplegando toda su estrategia, Facundo se tira al suelo, grita, llora y patalea.

Sordos y enmascarados. O taladrantes y persistentes. El permanente desafío de los chicos (y no tan chicos) a la autoridad es moneda corriente para los padres de hoy.

"Los chicos ya no son lo que eran". "Antes éramos más respetuosos". "Yo nunca me hubiera atrevido". "Antes, estas cosas no pasaban". ¿Quién no ha escuchado lamentos como éstos últimamente?

Tal vez sea necesario analizar la dinámica que se produce en cada casa, colegio o situación en la que conviven adultos y menores. Una necesaria relación de poder en la que unos deberían construir una sana imagen de autoridad y los otros, respetarla.

Cuando alguien (chico o grande) se atreve a desafiar a otro, es porque cree que tiene posibilidades de ganar en esa especie de pulseada imaginaria que se da en la relación. Y si hablamos de chicos desafiantes e hiperestimulados, por un lado, y de adultos agotados (por su pareja, su trabajo, su aspecto físico, sus proyectos personales y el poco tiempo disponible), por el otro, las posibilidades de que los primeros ganen serán muchas.

"No creo que los chicos sean más desafiantes que antes. Cuando yo era chico pataleaba. Y mis amigos también. Pero si un chico se pasaba, recibía una reprimenda (a veces, con cachetazo incluido) que no olvidaba jamás", sostiene el doctor Marcelo Viñar, médico, psicoanalista, ex presidente de la Federación Psicoanalítica de América Latina (Fepal) y ex presidente de la Asociación Psicoanalítica del Uruguay. Y, si bien aclara que no propone volver a la violencia física, deja entrever una idea que también suscribe la licenciada Elvira Giménez de Abad, psicopedagoga,y orientadora familiar:

"Antes era «no» y no se discutía. Tampoco eso era bueno… Pero ahora nos fuimos del otro lado".

En una época en que los mayores no se hacen de tiempo suficiente para dedicarse a sus hijos, acompañarlos en su crecimiento, buscar nuevas estrategias y reflexionar sobre el vínculo, algo está funcionando mal en la relación con los chicos.

Confrontación saludable

"Los hombres se parecen más a su tiempo que a sus padres", afirmó el sociólogo Max Weber. Y los tiempos actuales parecen condicionar más que nunca las relaciones familiares. "Las familias no viven encapsuladas en una burbuja –dice Viñar–. Viven abiertas a los medios, con una mayor interpenetración entre el espacio público y el privado. Hoy, si un padre trata de decir algo, ese discurso será avalado o contrarrestado por lo que aparece en los medios."

Entonces, la confrontación no sólo es necesaria, sino deseable. "Cuando hay hostigamiento y descalificación, la confrontación puede ser destructiva; pero las diferencias pueden ser tratadas de modo respetuoso", reflexiona Viñar.

Los momentos de enfrentamiento dentro de una familia –que existen y son saludables– no son episodios únicos, como cuando uno enciende una cerilla, que se apaga enseguida, sino que refieren a una historia: hay un momento de irritación que forma parte de una secuencia. Y es en la secuencia donde el enfrentamiento puede ser fecundo, cuando hay esclarecimiento y cambio de actitudes.

Claro, el resultado puede ser nefasto cuando todo termina en una ruptura o en un silencio. "La vida siempre es chisporroteante y contradictoria; en general, hay que tomar las zonas de malestar como zonas para trabajar, para pensar en conjunto, para hablar una, dos, diez veces. Porque lo que no se entiende el primer día o el primer mes, a veces se entiende al año siguiente. Hay conflictos que parecen insufribles y, al tiempo, han desaparecido", concluye Viñar.

Pero a menudo vemos padres incapaces de imponer límites. "La autoridad de los padres muestra fragilidad porque también las instituciones están frágiles. Un ejemplo: antes, el maestro siempre tenía razón; ahora está continuamente cuestionado", sostiene Giménez de Abad.

Ese cuestionamiento ya no es sólo de palabra. Situaciones como festejar el fin de curso cometiendo desmanes en el colegio, hechos de violencia física contra los docentes y desautorización de directivos ya no sorprenden a nadie.

La especialista en educación María Paula Pierella bucea en los modos en que la institución escolar intentó establecer un modelo más democrático y participativo después de la dictadura que finalizó en Argentina en 1983. Según su visión, en esta búsqueda los docentes abandonaron el lugar "del que sabe" para ocupar un rol secundario, de acompañante o facilitador del aprendizaje. Así, se comenzó a dudar del maestro, a denunciarlo como coartador de la libertad del alumno. Y su autoridad se desdibujó.

Para Diana Mindlis, psicoanalista, el problema es que los adultos –padres, docentes o familiares– han perdido su lugar: "En este tiempo, las diferencias entre menores y mayores se han desdibujado. En los medios, los chicos aparecen como grandes en miniatura. Y en la calle, el modo de vestir es prácticamente el mismo. Como adultos, nuestra responsabilidad es volver al sentido de los límites. Y los límites se logran cuando el adulto rescata su función crítica y orientadora a través de la palabra y abre un espacio de reflexión, de pregunta y de relato posible. Si el adulto toma su lugar, el niño y el adolescente retomarán el suyo".

Viñar prefiere presentar esta idea con una imagen. "El chico, para salir al mundo, traspasa ciertas puertas que deben estar cerradas y custodiadas por el adulto y que deben presentar alguna resistencia.

Porque si la pasa sin esfuerzo, el envión que toma previendo la resistencia le puede provocar serias heridas." En síntesis: es tarea del chico desafiar y es tarea del adulto resistir.

Ahora, así como la provocación se presenta para los chicos como un acto instintivo, para los adultos la autoridad se debe ejercer de un modo consciente y con esmero.

"Los papás necesitan reflexionar sobre las cosas a las que dirán no siempre y sobre aquellas a las que siempre dirán sí. Porque al chico le perturba esa falta de seguridad –explica Giménez de Abad–. El hábito de decir que sí para sacárselo de encima y después, cuando se lo piensa mejor, cambiar de idea y decir no, es perjudicial. Lo que el chico necesita son pautas claras."

Los especialistas coinciden: es normal que un chico intente vulnerar la voluntad del adulto. Pero el adulto que mantiene su postura brinda seguridad, protege y ofrece un marco adecuado para el crecimiento.

El miedo a los hijos

Probablemente sea, para muchos, el temor a viejos fantasmas –gobiernos autoritarios, padres represores– lo que impide tomar las riendas de la educación de los hijos. "No es bueno mezclar todo en la misma bolsa", matiza Viviana Martínez, ex docente y mamá de una adolescente. "Las dictaduras nos dejaron el miedo al autoritarismo, a la arbitrariedad, a la impunidad.

Pero la autoridad no es mala, sino necesaria y ordenadora. En una familia, las reglas las ponen los adultos y los menores las cumplen. Porque la familia, aunque tenga diálogo, es un sistema jerárquico, no democrático. Los hijos y los padres no somos iguales, y eso no significa ser autoritarios, sino reconocer las responsabilidades de cada uno."

Uno de los efectos más comunes cuando se intenta evitar el autoritarismo es que los padres justifican cada negativa.

"Explicar, sí. Abundar, no –previene de Abad–. Es mejor decir «esto no porque te hace mal» y no dar una explicación que dure tres horas. Pasado el momento de crisis, los chicos terminan abandonando la lucha. No habrá pelea si no hay contra quién pelear."

Tanto tiempo de flexibilidad parece haber hecho mella en los padres. "No queremos hacer de malos, queremos que todo fluya… y la verdad es que lo único que se consigue es confundir a los chicos", reconoce Martínez.

Y si de confusión hablamos, los padres del nuevo siglo parecen tanto o más confundidos que los propios hijos. La inseguridad sobre el propio rol y el temor a no ser respetado es hoy un rasgo común.

"Llegué a casa y encontré a mi hija junto a dos amigas, tomando alcohol", cuenta una mamá, que pide reserva de identidad. "Tenían una fiesta, pero, francamente, no estaban en condiciones de salir en ese estado. Lo primero que sentí fue inseguridad sobre qué pasos debía dar. Sólo cuando consulté con las otras madres decidí prohibirles salir. Fue duro darme cuenta de que no me animaba a imponerme a tres chicas de 17 años y a decirles lo que el sentido común indicaba. Creo que tenía miedo de que no me hicieran caso."

Claro, nada garantiza que no habrá una pulseada por el poder. "Cuando Federica se dio cuenta de que nosotros, sus padres, podíamos tener ganas de salir solos o con amigos, comenzó a empeñarse sistemáticamente en evitarlo –cuenta Viviana Susena, madre de Federica, de 8 años, y de un varón de 3–. Sus recursos fueron varios: dolores inventados, ilusión de una comida «especial» para tres lágrimas conmovedoras... Más de una vez tuvimos que interrumpir una cena para atender sus llamadas: en una de ellas nos dijo que estaba llorando, abrazada a una foto nuestra."

Acuerdos

Los chicos siempre encuentran la estrategia adecuada para vulnerar la voluntad de sus padres, parece.

"El niño siempre empujará el límite para ver si lo puede desplazar un poquito –explica Giménez de Abad–. Y habrá momentos en que lo logrará. Pero ese comportamiento no puede convertirse en regla."

A medida que el tiempo pase, habrá que revisar los acuerdos. Será en esos momentos (por lo general, dados por el crecimiento o por cambios externos) en que se impondrá la necesidad de actualizar los compromisos mutuos. Y para detectar cuándo es necesario corregir el rumbo, la primera instancia será aprender a escuchar. Los padres suelen decir: "Yo siempre hablo con mi hijo". Pero no se trata sólo de hablar: lo ideal es conversar, haciendo especial esfuerzo en escuchar de manera atenta. Como bien marca Giménez de Abad, lo llamativo de esta época no es que los jóvenes no quieran escuchar a sus padres –cosa que siempre ha ocurrido–, sino que los padres no se hagan un tiempo para escuchar a sus hijos.

El pendiente en el ombligo está ahí, frente a ellos. Padre y madre, que lo habían prohibido, se indignan. Pero el piercing es un hecho. ¿Qué hacer? Después de consultar a una especialista, quien les recuerda que ellos son la autoridad, el papá y la mamá de María la llevan a la consulta del pediatra y se lo hacen quitar.

La mamá de Facundo también duda. Ella no tiene una especialista a quien consultar. Sólo se encuentra con otros adultos que la miran con vergüenza ajena. ¿Qué hacer? ¿Puede uno dejarse ganar por el berrinche de un chico de 4 años? Tres bolsas en una mano, cartera y mochila colgando del hombro, la abuela esperando en casa… "Ma sí, comprate lo que quieras." Facundo reabsorbe sus lágrimas y se lleva, con sonrisa triunfante, una bolsa de patatas fritas, una chocolatina y dos caramelos.

Establecer límites, contener, y a la vez imponerse. Una tarea trabajosa, que requiere esfuerzo, reflexión, paciencia, amor y constancia. Es bueno recordar que los límites que no se impongan en casa se recibirán desde afuera (la maestra, el profesor, el celador, la policía) y por lo general, de un modo más violento.

Hacer lo que ellos quieren o hacer lo que se debe… ésa es la cuestión. "No queda otra salida que hamacarse con los recursos de a bordo y navegar –remata Marcelo Viñar–. No hay que renunciar a navegar. Hacerse cargo es la única respuesta posible para los adultos."

Laura Leibiker - Leonardo Blanco


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